El Ayuntamiento instala vitrinas en el Pont des Arts para que los cerrojos no dañen la estructura
Ana Pérez Barredo
París
30 SEP 2014
La capital francesa no fue nombrada ciudad universal del amor en un
arrebato de generosidad. Sus edificios, sus plazas, sus jardines; todo,
hasta el aroma a cruasanes recién horneados que emana de las brasseries,
invita al viajero a ponerse mimoso. Pero si hay un enclave en París que
destaca por su romanticismo es el Pont des Arts, a juzgar por las miles
de parejas que cada año cuelgan allí un candado con su nombre para tirar después la llave al río en señal de amor eterno.
La costumbre, sin embargo, podría tener los días contados. El
Ayuntamiento —que estima en más de 700.000 el número de candados y en
18.500 kilos el peso que soportan sus barandillas— ha comenzado a
sustituir las verjas del puente por paneles transparentes, ante el miedo
de que tanta carga dañe la estructura de la pasarela.
La medida, que seguramente se aplique en otros puentes de la zona en
los que se empieza a mimetizar esta tradición simbólica, ha estado a
punto de frustrar los planes de Samuel y Martha. Este matrimonio de
Nebraska (EEUU) decidió celebrar sus bodas de plata en París. La visita
al Pont des Arts no podía faltar. “Me daría mucha pena que acabasen con
los candados. Sin ellos esto pierde su encanto”, opina la mujer. Para
ella es la primera vez. Su marido, sin embargo, ha sellado ya su amor
tres veces en el puente parisiense. “¿Qué quieres que haga? Siempre he
tenido mucho cariño que dar”, bromea mientras se aferra a la mano de su
esposa.
El detonante de este invasivo fenómeno —que comenzó en 2008— fue la novela Tengo ganas de ti,
de Federico Moccia, cuyos personajes celebraban así su compromiso en
Roma. No se trata de un caso aislado: la propia Ciudad Eterna, Helsinki,
Colonia o Nueva York también tienen su puente del amor. La leyenda, sin
embargo, se remonta hasta la Primera Guerra Mundial y sitúa el origen
del romántico gesto en un pequeño pueblo de Serbia llamado Vrnjacka
Banja. Allí vivían Relja, soldado de profesión, y su novia Nada, maestra
de escuela. A punto de casarse, el joven fue enviado a combatir a
Grecia, donde conoció a otra mujer y nunca más regresó. Las amigas de la
afligida profesora colgaron candados con sus nombres y los de sus
novios en el puente de la localidad, convencidas de que de esta manera
no correrían la misma suerte.
La prueba inequívoca de que el Pont des Arts, que mide 155 metros de
largo y une el museo del Louvre con la Academia Francesa, ya no soporta
más peso llegó en junio, cuando se desplomó una parte de la barandilla.
El Ayuntamiento alentó entonces a los visitantes a que sustituyesen esta
costumbre por una autofoto. Aunque cientos de personas han colgado la suya en Twitter bajo el hashtag
#lovewithoutlocks [amor sin candados], los vendedores a la orilla del
Sena como Rashid, que los tiene a cinco y siete euros los de llave y a
10 los de combinación numérica, no han notado una merma significativa en
las ventas. “Paris es la ciudad del amor y estamos todos orgullosos de
ello, pero hay otras formas más bonitas de demostrar afecto”, rezaba el
comunicado que el Consistorio emitió hace unos días. Emmanuel Pinaud,
una ingeniera que cada mañana atraviesa la pasarela para ir al trabajo,
opina lo mismo: “Me da igual que algunos lo encuentren romántico. Para
mí es horrible, además de peligroso”. A su lado, una pareja de japoneses
se retrata en el día de su boda. Al río tiran la llave, y hasta el ramo
de la novia.
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