Calzarse
las botas, despedirse, tomar el tren a Francia y comenzar en Francia a
caminar, ascender los Pirineos, descender los Pirineos, caminar entre
las hayas como por una catedral, conocer nuevos amigos, caminar
charlando junto a ellos, caminar otra vez solo, caminar entre viñedos,
enamorarse de una chica, perderla en el camino, caminar por un sendero
que apunta al infinito, luchar contra uno mismo, contra el cansancio,
contra el amor, contra el hastío; cruzar Castilla bajo el sol: Burgos,
Tierra de Campos, y después, León. Caminar y caminar, y de pronto
encontrar de nuevo a la mujer amada: caminar con ella por Galicia,
caminar bajo la lluvia, por bosques de robles y castaños; caminar
envueltos, como sombras, en la bruma, y tras un mes caminando, dejar de
caminar. Y parado, contemplar las torres de la catedral, la tierra
prometida, el final de la odisea, y decir adiós a peregrinos, y decir
adiós a un amor al que ya no se volverá a ver: esto es el Camino; quien
lo acabó, lo sabe.
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